Hola, te invito a leer este cuento terapéutico. ¡Qué disfrutes la lectura!
📖✨ ¡Invitación a la Reflexión y la Sanación! ✨📚
Querida comunidad del Método Vadim, les extendemos una invitación especial a adentrarse en las páginas de un cuento terapéutico que toca los corazones y nos ayuda a comprender el duelo y las separaciones desde una perspectiva única. 💔❤️
"Cempasúchil" es una historia que nos lleva al mágico mundo de una niña que encuentra consuelo y fortaleza en medio del Día de los Muertos, una celebración llena de tradiciones y amor por quienes ya no están físicamente con nosotros. 🌼🕯️
Este cuento nos muestra cómo los lazos familiares y las tradiciones pueden ayudarnos a sanar nuestras heridas y a recordar a nuestros seres queridos de una manera especial. 💖✨
¿Estás listo para embarcarte en esta emotiva travesía? 📖💫 ¡Desliza hacia la primera página y descubre la magia de "Cempasúchil"! 💕
Cempasúchil
—Bueno chiquita, ya es la hora de dormir, que sueñes con los angelitos, descansa.
—No, abuelo, espera. ¿Qué fue eso que vimos en el cielo? ¿Por qué caían estrellas?
—Hmm… Es una larga historia. Bueno mi corazón, ahora te la voy a contar, tal como me la contaban a mí cuando yo era chiquito.
Mi abuelo me decía que las estrellas que caen son lágrimas de Tláloc, que llora cada noche recordando a una bella niña llamada Cempasúchil.
Una noche el todopoderoso dios Tláloc vio a la pobre niña llorando en la orilla del mar y sintió tanta compasión que empezó a llorar con ella. Sus lágrimas son esas estrellas que hasta ahora siguen cayendo, tal cual como las lágrimas de Cempasúchil caían a la arena. Desde entonces el cielo no para de llorar recordando aquella noche.
Bueno mi amor, ahora escucha la historia de Cempasúchil.
Todo sucedió en un pueblo de humildes pescadores. No te puedo decir exactamente cuántos años atrás, pero mi bisabuela me contaba que fue cuando ella era muy pequeña y precisamente fue en el pueblo donde ella nació, un pueblo de pescadores cerca de Celestún. Pero mi madre me contaba la misma historia y me aseguraba que fue hace unos pocos años, en el pueblo donde nació mi padre, cerca de Veracruz y que ella misma vio en un Día de Muertos a Cempasúchil (ya muy muy viejita) bailando con su amado. No te sabría decir con seguridad cuándo y dónde fue, pero sí puedo asegurarte que sucedió y que no es una fantasía.
Como contaba mi bisabuela y mi mamá, todo ocurrió en un pueblo de pescadores. Era un pueblo muy pequeño con unas pocas calles. Casi todos los habitantes hombres eran pescadores y cuando salían a pescar las mujeres cuidaban la casa y a los hijos.
Año tras año, siglo tras siglo, los hombres iban a pescar y las mujeres se quedaban en casa esperándolos. Dicen por allí que este pueblo era muy particular porque a todos sus habitantes les gustaba mucho bailar y cantar. Y lo hacían todos los días. Se despertaban y festejaban cada nuevo día cantando y bailando. Las chicas acompañaban a sus amados hacia el mar y bailaban descalzos sobre la orilla. La arena era muy caliente y para no quemarse los pies inventaron esos bailes con muchos brincos, parecía que volaban sobre la tierra, eran unos bailes de pura alegría.
Antes de subir a los barquitos, los pescadores bailaban haciendo un ritual muy especial para tener una buena pesca y, cuando regresaban al puerto de sus amores, volvían a bailar con sus amadas.
Parece que nuestros ancestros eran muy sabios porque fueron muy artísticos, no como nosotros, ¿verdad? ahora casi nadie baila ni canta.
Así pasaban sus días y todos se reunían en las fiestas donde no faltaba ni mezcal ni comida. Día tras día, años tras años, siglos tras siglos, seguían con sus rutinas.
Entonces, allí se enamoraron una joven que se llamaba Cempasúchil y un pescador.
Quién sabe por qué, pero Cempasúchil con total claridad recordaba los primeros días de su vida cuando estaba en su cuna. En sus recuerdos veía a su padre cantando mientras la cuidaba y hasta podía describir el cuarto donde estaba, la cuna y todo lo que pasaba. Su padre le cantaba una bella canción de cuna:
—Guarda esta flor en tu corazón porque yo te amo con todo mi corazón.
La pobre madre de Cempasúchil murió el mismo día que nació la niña. Y como era tan parecida a su madre, su papá le dió el nombre de la flor de Día de Muertos a la pequeña, porque le recordaba mucho a su querida esposa.
Muchos en el pueblo decían que era mala suerte dar el nombre de la flor del Día de Muertos a la niña. Sin embargo, la niña creció sana y fuerte, y a sus quince años era una mujer hermosa y bella. Se convirtió en una niña tan alegre y simpática; y lo que más le gustaba era bailar. ¡Tanto amaba el padre a Cempasúchil! que organizó una gran fiesta para sus quince años y durante tres días todo el pueblo bailó y cantó.
Unos días después de la fiesta el padre se fue a pescar, y ese día ya no regresó: llegó una tormenta y nadie volvió a verlo.
Decía Cempasúchil que su padre tenía un presentimiento de que iba a pasar algo. El día de su desaparición, antes de ir a pescar, el padre se acercó a Cempasúchil y le dijo:
—Mi querida niña, ya eres grande y bella y pronto vas a enamorarte, encontrarás el amor de tu vida y nos separaremos, así que tengo que decirte algo importante. Ante todo cuida tu alma, y para ello recuerda siempre que no hay nada más importante que la bondad.
—¿Y qué es la bondad? —le preguntó Cempasúchil.
—La verdadera bondad es amar. Primero ámate a ti misma, después a quien está cerca de ti, y después podrás amar a todo el mundo.
—¿Y cómo es amarme a mi misma?
—Solamente tienes que ser amable contigo, nunca permitas sentir pena o lástima de ti, no te humilles y cuídate a ti misma ante todo.
—¿Y cómo es amar al otro?
—Es fácil, solo ponte en el lugar de quién pretendes amar, siente compasión, y entonces en tu corazón sentirás lo que tiene el corazón del otro y tu alma se llenará de amor y calor humano. Cuando amas comprendes que todo lo que existe es el amor, cada cosa que ves es el amor. El amor nunca desaparece si amas de verdad; este amor va a durar en la eternidad. Todos regresamos a este mundo después de la muerte, pero los verdaderamente enamorados regresan de la mano.
—¿Enamorados de verdad es como tú y mami?
—Así es mi hija, como yo y tu mamá, y es por eso que para mí no hay pérdidas, ni separaciones. Hasta que esté viva mi alma, mi corazón y mi memoria estaremos juntos con ella… El mundo a veces es hosco, pero en el fondo es bello porque así es, tal como es. Uno se siente mejor cuando está con su amigo entrañable y donde están las flores. —dijo su padre al despedirse.
Aquel día su padre por alguna razón estaba más sensible y melancólico y Cempasúchil presentía que pasaría algo…
Se decía que los pescadores que desaparecían en el mar iban directo a Tlalocán, un lugar especial del mundo de los muertos, donde reina la felicidad y la abundancia y que está bajo custodia de Tláloc.
Entonces, Cempasúchil se quedó sola, y desde aquel momento tuvo que buscar trabajo para sobrevivir. Comenzó yendo todos los días al mercado donde ayudaba a las vendedoras de flores. Se levantaba con el amanecer apenas salía el sol para ir a trabajar. Comenzaba limpiando y acomodando los puestos. Después arreglaba las flores: les cortaba las espigas a las rosas, les quitaba el polvo de los pétalos a las orquídeas, y esparcía agua sobre las tiernas flores de vainilla. Hacía todo tipo de trabajo y, por supuesto, armaba lindos ramos de flores y las hermosas cestas con su flor favorita: cempasúchil.
Cuando miraba a las flores cempasúchil pensaba en su poder mágico de guardar en sus coronas el calor de los rayos del sol. Una vez al año esa luz iluminaba el camino de retorno para los muertos. “Yo también me llamo Cempasúchil, —pensaba—¿sería por eso que guardo en mi corazón el calor y el cariño de mi padre?”.
Un día llegó al mercado una anciana para vender flores que traía en varias cestas. Era una anciana jorobada con el cabello blanco como la nieve. Era tan vieja y débil que le costaba mucho trabajo acomodar su puesto, parecía que había llegado caminando desde muy lejos. A Cempasúchil le dio mucha ternura la anciana y decidió ayudarla.
—¿Puedo ayudarte abuela?—preguntó Cempasúchil.
—No me vendría mal la ayuda, querida niña, pero no puedo pagarte —contestó.
—No te preocupes, con que me regales unas flores para adornar mi cabello con eso será más que suficiente.
—Bueno niña, ¡trato hecho! —contestó la anciana.
Tanto se esmeraba Cempasúchil que la anciana decidió agradecerle y le dijo:
—Sabes, yo no soy tan sencilla como parezco, porque tengo poderes, soy una bruja. Me ayudaste mucho y quiero agradecerte. Voy a cumplir un deseo tuyo. Pídeme lo que quieras.
Cempasúchil sonrió y le contestó inmediatamente sin pensar:
—Quiero amar y ser amada.
La bruja cerró los ojos, murmuró algo y después colocó las manos sobre el pecho de Cempasúchil, quien en un instante sintió mucho calor adentro de su cuerpo como si se le hubiera prendido fuego a su corazón, y posteriormente que todo su cuerpo se derretía y no podía respirar. De repente, empezó a ver a las flores bailando y cantando, giraban formando un círculo y después marchaban al ritmo de la música en forma de una estrella, hacían pasos muy delicados y al mismo tiempo muy mañosos una y otra vez; fue algo maravilloso que después desapareció.
—Está cumplido tu deseo, hoy mismo encontrarás al amor de tu vida y vas a amar y ser amada —dijo la anciana quitando las manos de su pecho.
—Ah pero ¿cómo lo hiciste? ¡Es verdad que eres una bruja! —exclamó Cempasúchil riéndose —¡Enséñame a mí la magia! También quiero hacer milagros.
—Hay muchos milagros en este mundo mi niña,
—contestó la anciana. —El mayor milagro que puedes hacer y tu poder siempre estarán en tu sonrisa, en tu alma y en tu corazón. Si sabes cómo regalar tu sonrisa a cualquiera sin esperar nada a cambio, cómo cuidar a tu alma y amarte a ti misma y cómo vivir con el corazón abierto, esto es un gran milagro. Poseer esto significa poseer a todo el mundo. Pronto encontrarás al amor de tu vida. Y recuerda: si miras mucho al sol puede cegarte, pero si miras adonde transmite su luz podrás ver a todo el mundo en todos sus colores. Así somos los mortales también, si miramos al otro cuando nos enamoramos, nos quedamos ciegos, pero si vemos la luz que transmite el otro podemos ver al otro en todo.
—Siento que todo esto es como si estuviera en un sueño, —dijo Cempasúchil sonriendo.
—Los buenos sueños siempre están donde está tu corazón, querida. Y recuerda que el amor puede sembrar un fuego, no solamente en tu corazón sino también en tu alma. Es cuando este fuego podrá renovarla llenándola de luz que iluminará tu camino en la vida. Este tipo de amor nunca desaparecerá y permanecerá en la eternidad.
Desde aquel día nunca regresó al mercado la anciana y nadie volvió a verla.
Ese mismo día hubo una fiesta donde Cempasúchil conoció a Amado, un joven pescador del pueblo. Un chico esbelto y simpático con ojos brillantes. Cuando lo vio por primera vez inmediatamente sintió que era amor a primera vista, y lo mismo sintió Amado, y desde ese día no se separaron, siempre estuvieron juntos. No había ninguna otra pareja tan feliz en el pueblo como ellos. Cada mañana Cempasúchil acompañaba a su amado cuando iba a pescar y miraba a su barco hasta que desaparecía en la línea del horizonte. Y cada tarde lo esperaba de regreso. ¡Dios mío! ¡Qué felices eran esos días, todos los días! Pareciera que hasta se alegraban el sol y el mar al ver a los enamorados. Y cuando Amado y Cempasúchil estaban juntos cantaban sus almas y todo alrededor, el pueblo y el cielo resplandecían al ver tanto cariño. Y cuántos bailes inolvidables inventaron los dos enamorados. Bailaban todos los días, y ver a los dos enamorados bailando era un placer inmenso.
Como te contaba, era un pueblo de pescadores. Todos los días los hombres iban a pescar y las mujeres se quedaban a esperarlos. Así día tras día. Al regresar de la pesca cantaban los pescadores:
—Regresan los pescadores
con su carga pa vender
al puerto de sus amores
donde tienen su querer…
Y así fue siempre. Pero el mar, que era tan abundante y siempre era tan generoso con los pescadores, a veces cobraba por su generosidad. En días más tranquilos y soleados llegaban ¡quién sabe de dónde!, las tormentas más fuertes y violentas. Así fue el día cuando desapareció el padre de Cempasúchil.
En esos días por la mañana todo se hundía en la luz del sol: las aguas tranquilas del mar se convertían en un enorme espejo que reflejaba el cielo. En la neblina que subía sobre el agua, los pescadores, con sus sombreros de paja sentados en sus barcos estrechos, se deslizaban sobre la superficie lisa y parecían unos fantasmas.
En uno de esos días, en la madrugada, Cempasúchil acompañó a Amado hacia su barco, pero no quería que se fuera, tenía un mal presentimiento.
—Mi amor, —decía Cempasúchil,— siento que no volveré a verte. Está tan tranquilo el día, y me siento igual como en la madrugada cuando no regresó mi padre.
Pero Amado le contestó:
—No te angusties mi amor, regresaré. Este amor que tenemos sembró algo no solamente en mi corazón sino también en mi alma, me cambió por siempre y me hizo ser otro ser humano, siento que este amor nunca va a desaparecer y permanecerá en la eternidad, por eso ya no tengo miedo que pase algo, ni tú debes tenerlo. —Y agregó sonriendo: —Te prometo que regresaré.
Cempasúchil llorando tomó una flor y adornó el sombrero de Amado. Se dieron un largo abrazo, después Amado cuidadosamente secó las lágrimas de Cempasúchil, subió al barco y se fue.
Aquel día, llegó de repentela la tormenta, el cielo se volvió negro y tronaba, y en esa oscuridad solamente resplandecían los relámpagos, que hacían temblar la tierra y el mar, parecía que se estaba cayendo el cielo. Subió la marea, la tormenta reinaba en la tierra y en el mar, el viento fuerte levantaba las grandes olas marinas que pegaban a la tierra y la sacudían. Decían los ancestros que así llegaba a nuestro mundo el dios Tláloc, invisible pero poderoso, el dios del orden cósmico y del destino…
Aquel día no regresó Amado…
—Ah, ¡pobre Cempasúchil!, —decían los pueblerinos, primero su madre, después su padre y ahora su novio… ¡Qué desgracia!
—Todo es culpa de su padre, —decían otros.
—¿Cómo se le ocurrió darle a su hija ese nombre tan raro?
—Claro que le recordaba a su pobre mujer, ¿pero llamarla Cempasúchil?
Cempasúchil se quedó sola en la orilla mirando hacia la línea del horizonte y sus lágrimas caían corriendo por sus mejillas, por su camisa y después a la arena, donde se disolvían con el agua marina. “Ah, —pensaba Cempasúchil, —¡cómo me gustaría que estas lágrimas fueran mi alma, mi sangre y mi cuerpo y que pudieran ser parte del mar para estar por siempre con mi amado!”.
Fue ahí cuando Tláloc la vio desde el cielo y admirando el amor de la niña por Amado sintió tanta compasión que empezó a llorar, cayendo estrellas que eran lágrimas del dios.
Hasta ahora siguen cayendo esas lágrimas en memoria de aquella noche, cuando Tláloc habló con Tonatiuh, el dios del sol, el creador de la flor de Cempasúchil y le pidió que hiciera algo por la pobre niña. Tonatiuh prometió enviar a los espíritus a la tierra desde el mundo de los muertos para pasar el mensaje de Amado a Cempasúchil.
Toda la noche Cempasúchil se la pasó llorando y cansada se quedó dormida antes del amanecer, cuando sucedió algo inesperado.
Muchos contaban que con el amanecer, cuando el sol se levantaba por la línea del horizonte, los primeros rayos del sol que tocaban la tierra se convertían en flores de Cempasúchil. Esa era obra del dios Tonatiuh. Las flores crecían alrededor de la niña y empezaron a bailar al ritmo de un vals. Ese vals era tan tierno y tan dulce que se parecía a una de esas canciones de cuna que le cantaba el padre a Cempasúchil:
—Guarda esta flor,
guárdala en tu corazón
porque yo te amo
con todo mi corazón.
Cempasúchil se despertó y las flores que la rodeaban le dieron un mensaje de Amado desde Tlalocan, que prometía regresar para verla y bailar con ella el Día de Muertos: “Me fui, pero no desaparecí porque me amas de verdad y vas a verme en cada ser humano, en cada planta, en la luz del sol y en las estrellas, en la lluvia y en el mar, porque el amor lo traes no solamente en tu corazón sino en tu alma y es la luz que ilumina y que me refleja en todo. Volveré el Día de Muertos a verte y a bailar contigo”.
Cempasúchil contestó: “Queridas flores, pasen mi respuesta a Amado. Mi querido Amado, no te has ido, vives aún en mí, porque sembraste el fuego en mi alma y en mi corazón, este fuego ahora ilumina mi camino y cuando esta luz se refleja puedo verte en todo. Pronto nos volveremos a ver en la tierra”.
Desde entonces algo muy bello irradiaba en sus ojos y en su voz, al verla muchos sentían paz y tranquilidad y algunos vecinos creían y decían que era una encarnación del dios Tonatiuh.
Desde ese momento Cempasúchil esperaba el Día de Muertos, aquel día cuando los muertos hacen un retorno temporal al mundo de los vivos.
Ese día las puertas de Mictlán se abren y los muertos regresan a la tierra por una sola noche. Los que mueren transitan al otro universo, donde deben permanecer hasta la última transición cuando se esfuman por completo de la memoria de los seres vivos.
Así regresamos a nuestro lugar de origen: el cuerpo se desintegra poco a poco regresando a la madre tierra lo que le estaba prestando, así el alma hace su trascendencia por el mundo de los muertos al gran espíritu de la vida donde nació en algún momento.
Es por eso que este día honramos a la muerte con gran alegría y respeto, porque la muerte marca el primer paso de un viaje divino hacia el gran espíritu.
Entonces Cempasúchil ya no estaba triste, sino esperaba el noviembre. Algunos días pasaba en la orilla del mar mirando hacia el horizonte, acordándose del mensaje de Amado y de la danza de los rayos del sol y las flores, porque allí estaba su sueño y su corazón.
Llegó el Día de Muertos. Desde la mañana se preparaban altares en casas, adornaban hogares con papel picado y flores de cempasúchil. En todos los altares ponían los cuatro elementos de la Madre Tierra: el agua representada por frutas, el aire con papel cortado, el fuego con velas y la tierra con comida. Y también se ponía en cada altar lo que les gustaba a los muertos para que se sintieran a gusto.
Así que todo el día trabajaban sin parar en las cocina: guisaban los platillos favoritos de los que esperaban de regreso desde el mundo de los muertos, condimentaban y sazonaban las comidas y, por supuesto, horneaban el pan de muertos. Las casas se perfumaban con olores de salsas, guisos, aroma de frutas, pan, y la fragancia de flores y velas.
Todo para darles las gracias por habernos iluminado en esta tierra. Porque a los difuntos se les recibe con baile, comida y buen ambiente.
No solamente las casas, sino el pueblo completo se preparaba, los niños y niñas esparcían pétalos de cempasúchil por las calles para marcar el camino de regreso a la tierra a las almas difuntas. Llegada la noche todo estuvo listo para presentar un gran espectáculo de bailes. Como te lo contaba, este pueblo fue muy especial, muy mágico y muy artístico; los difuntos al regresar también bailaban y cantaban.
Al anochecer empezó el misterio. El cementerio se llenó de gente. Iniciaron las procesiones con músicos y cantantes, niñas en vestidos adornados con flores de cempasúchil y los pescadores con velas prendidas bailando en el camino. Algunas familias ya se habían acercado a las tumbas llevando comida y bebidas, tocaban guitarra cantando las canciones favoritas de los difuntos.
A la medianoche todo el pueblo resplandecía por las llamas de luz de las velas y de las flores de cempasúchil, que empezaron a irradiar una luz fluorescente iluminando las calles y las tumbas. En aquel momento se escuchó la campana llamando a las almas para honrarlas. Tolón, tolón, tan, tan, tolón, tan, tan, tolón…
De pronto se escucharon los tambores, empezó a temblar la tierra y se sacudieron las tumbas. Los sonidos se volvían más fuertes y rítmicos y en todas partes de la tierra saltaban esqueletos, uno y otro, bailando al ritmo de los tambores. Los esqueletos brincaban al salir de la tierra y al principio hacían movimientos torpes y bruscos, pero paso a paso su baile se volvía más y más ágil y coordinado; y terminaron presentando un baile espectacular. Después en un segundo se volvieron polvo y desaparecieron con el último sonido de los tambores. Eran almas solitarias, las que iban a su última transformación hacia el gran espíritu, las que ya estaban por marchar del mundo de los muertos y recibían en este día su último honor, fue su último regreso a la tierra.
Después de un instante de silencio llegó un sonido de orquesta de los habitantes de la casa del sol, tonatiuh ichan, los que murieron de forma gloriosa. Ellos iban marchando al ritmo del danzón. Entraban a la fiesta por un arco de flores que iluminaba su camino. Los bailadores hacían sus pasos con mucha delicadeza y honor. No solamente fueron las parejas de la vida, sino algunos que se unieron después de la muerte, los que amaban a escondidas (dicen que en el otro mundo se arreglan las desgracias de los vivos).
La fiesta continuó y los pasos de danzón tan nobles y lentos hacían al público casi desmayar al verlos. Todos tan elegantes y enamorados. Una fiesta de gloria y de amor.
Cuando terminaron su danza aparecieron unas criaturas muy pequeñas y jorobadas en trajes blancos, tenían puestas las mascarillas de los viejitos y los sombreros de paja. Ellos marcaban el ritmo con sus sandalias de madera apoyándose en el camino con sus bastones. Unos tenían tan solo el tamaño de una muñequita pequeña. Bailaban la Danza de los Viejitos acompañada de música de violín.
Eran aquellos niños que fallecieron un poco antes de nacer, otros después de nacer, los niños abortados y otros que murieron más grandes. Ellos empezaron su baile lento, después más rápido, corrían, y volvían a bailar muy lento una y otra vez, y cuando brincaban y zapateaban las cintas de distintos colores que adornaban sus sombreros saltaban en el aire.
Al terminar la Danza de los Viejitos se escuchó la guitarra y llegaron las lloronas, las madres y las mujeres suicidas… Su danza fue muy elegante, casi volaban sobre la tierra, algunas cantaron:
—Ay de mí, Llorona,
Llorona de ayer y hoy;
ayer maravilla fui, ay Llorona,
y ahora ni mi sombra soy.
En el ritmo de vals se daban vueltas y vueltas y vueltas, y de repente se esfumaron.
Se levantó un viento fuerte que se convirtió en un torbellino que sacaba a los muertos de sus tumbas, los subía al aire y después ellos saltaban a la tierra; unos con jaranas y otros con guitarras empezaron a tocar y cantar la Bamba. Los que no estaban enterrados venían desde el cielo pasando por el torbellino. Algunos fueron los que murieron en un accidente repentina y violentamente y otros fueron habitantes de Tlalocán. En aquel momento Cempasúchil vió a su padre bailando con su mamá… y entre los danzantes estaba Amado…
Al terminar la canción de la Bamba, Amado se acercó a Cempasúchil. Todos los miraban guardando silencio. Los dos enamorados estaban juntos mirándose uno al otro y una inmensa luz irradiaba a su alrededor por el gran amor que se tenían.
Cempasúchil tomó una flor de su cabello y se la puso al sombrero de Amado, y cantó:
—Guarda esta flor,
guárdala en tu corazón
porque yo te amo
con todo mi corazón.
En ese momento Cempasúchil sintió más que nunca como invadía el amor a su corazón y a todo su ser, las lágrimas inundaron su mirada. Los enamorados se tomaron de las manos, se abrazaron y se mantuvieron juntos uno con el otro. Así se cumplieron las palabras del padre de Cempasúchil: “Todos regresamos a este mundo después de la muerte, pero los verdaderamente enamorados regresan de la mano”. Y se cumplió la promesa de Amado, volvieron a bailar juntos…
Un poco antes de la madrugada se escuchó una voz cantando:
—¡Ay que bonito es volar
a las dos de la mañana!
Al principio, la música y el canto se escuchaban lejos y después cada vez más cerca. Así llegó Katrina, la Reina de Mictlán. Era la bailarina más hábil del espectáculo. Antes de su muerte vivía sola, nunca se casó ni tuvo hijos. Era la más alegre y más feliz del pueblo y en las fiestas siempre bailaba sola. Vivió casi 100 años y la respetaban y amaban mucho, la buscaban para pedir consejos por su sabiduría. Y en el mundo de los muertos la nombraron la Reina de Mictlán.
Katrina bailó al principio sola y después todos los difuntos se unieron a un gran baile celebrando la vida y la muerte, el amor y el olvido, alabando a los dioses y al gran espíritu.
Cuando se terminó el baile, Katrina se acercó a Amado y Cempasúchil:
—Ya es la hora de despedirse, vengo por ti Amado.
Se dieron un abrazo los enamorados y Cempasúchil le dijo: “Cuando te fuiste lloré mucho y sentí que mi corazón y mi alma se llenaron con el agua de mis lágrimas. Ahora en esta agua viva y transparente hecha de amor, de tristeza y de felicidad puedo sumergir las ramas secas de mis recuerdos y de nuestro pasado. Estas ramas hoy se revivieron y volvieron a florecer como en aquel momento. Me siento tan feliz y tan plena hoy. Ojalá se aleje la hora de cuando deje de latir mi corazón, cuando se seque esa agua y podamos permanecer en esta vida juntos el tiempo que los dioses nos permitan”.
Con estas palabras Cempasúchil se despidió de Amado. Katrina hizo una elegante reverencia, tomó la mano de Amado y lo llevó con ella al mundo de los muertos. Unos momentos antes del amanecer se esfumaron todos los difuntos.
Así acabó la noche de muertos y el misterio, con unos instantes de silencio y paz antes de que el sol tocara la tierra.
Decían por allí que cada año venía Amado a visitar al amor de su vida y a bailar con Cempasúchil el Día de Muertos. Porque si amas de verdad el amor nunca desaparecerá y durará toda la eternidad.
Y es cierto que todos regresamos a este mundo después de la muerte, pero los que verdaderamente están enamorados regresan de la mano. Nuestros sueños siempre están donde está nuestro corazón, y si el amor siembra fuego no solamente en el corazón sino también en el alma, entonces ese fuego puede revivir a aquella alma que nunca desaparecerá y permanecerá en la eternidad. El mundo entero te extrañará y tendrás tu lugar en él mientras estás en los corazones de los seres vivos. Es por eso que no hay ni pérdidas, ni olvidos y todo lo que amas permanecerá.
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Agradecimientos
Escribí esta historia, pero no es una historia que inventé, sino que es una historia real de mi querido México. Conocí este país a los 34 años y me enamoré de México, sentí que ya había vivido allí, que conocía a todo y a todos, que mi alma es un alma mexicana. Y como lo dijo Chavela Vargas: “Nosotros, los mexicanos, nacemos donde nos da la gana”. Entonces yo siendo mexicano nací en Rusia, pero regresé a mi tierra para sanar mis heridas y mis penas, para aprender y descubrir, para reír, para llorar y para iluminar mi camino en la vida.
La historia de Cempasúchil es una historia real, no la inventé, la escuchaba todos los días en las calles y mientras compartía las comidas con mis amigos y alumnos; la vi en los bailes y la escuché en la música. Solamente escribí. A mí me sirvió y espero que a ti te sirva, mi querido lector, como un cuento terapéutico.
Quiero dar las gracias a todos los que son autores de este cuento, a todos los que me lo han contado por partes en algún momento y son miles de personas, pero tres son los más importantes. Quiero especialmente agradecer a mi maestra de español Verónica Maeda por ayudarme a redactar el cuento; a mi gran amiga y pianista Elena Nikolenco, quien me contó el final de la historia; y a mi gran amigo y alumno, doctor Diego Garay, quien me dio el nombre de la protagonista: Cempasúchil. Sin ustedes amigos, no existiría este cuento. Sigo con su luz en mi alma y mi corazón, la luz que ilumina mi camino en esta vida.
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